De cómo un simple tratamiento láser puede mejorar la calidad de vida de las personas

Corría el año 2002. Los argentinos recién levantabamos cabeza de una de las peores crisis políticas y económicas que nos tocó vivir.


Yo había adquirido hace unos pocos años el 8vo equipo de luz pulsada de todo el Cono Sur. Todo un logro, todo un privilegio, toda una inversión.


Durante una conferencia en un congreso de mi especialidad, un conocido cirujano plástico que había sido docente mío me deriva una paciente a raíz de unas imágenes de resultados que vio en la presentación y que valoro como exitosas.


Esta paciente que voy a nombrar como Susana concurrió al consultorio de mi antiguo docente buscando una solución quirúrgica para una afección que la tenía a mal traer. Padecía desde su nacimiento de un angioma plano y el mismo iba empeorando año a año aumento tonalidad y volumen.


Los angiomas planos o port wine stain son malformaciones capilares que se manifiestan como grandes manchas rojas en el rostro de algunas personas. Son como millones de pequeñas “arañitas” o varices todas juntas en un sector del rostro que dan un aspecto muy llamativo con color rojo violáceo y de ahí que algunos los llaman tumores “color vino oporto”.


Son malformaciones benignas en su gran mayoría, a veces se asocian con malformaciones vasculares intracraneanas, pero con un altísimo componente estético y psicoemocional por lo llamativo de su color y por estar justamente en el rostro.


Este docente en cirugía plástica le comenta a Susana los inconvenientes que podría llevar una resolución quirúrgica y la invita a hacer una consulta conmigo porque había visto que se podría lograr mejorar o solucionar con láser y así evitar la cirugía.


La paciente en cuestión que me derivo mi colega, no era cualquier paciente. No bien la hice pasar a mi consultorio me di cuenta por sus atuendos: Susana era monja.


Debo reconocer que mi primera reacción fue de sorpresa. ¿Para qué querría una monja eliminar una angioma plano habiéndole ya dicho mi profesor que era benigno y que solo tenía valor estético? Muy prejuicioso de mi parte, pero debo reconocer que ese pensamiento cruzo mi mente al saludarla e invitarla a sentarse y contarme la razón de su consulta.


Susana no era una monja cualquiera. Joven, de aproximadamente 25 a 28 años, lindo rostro, buenos modales y una sonrisa constante que la hacía ver y sentir como una persona amable y alegre y con una gran personalidad. Tenía en su rostro un importante angioma plano que había evolucionado con irregularidades y de muy difícil cobertura o disimulación con maquillaje como Susana además me lo confirmó.

 
Mis dudas aumentaron: ¿porque una monja con aparente gran autoestima desea resolver la mancha roja de su rostro?.


Prontamente Susana me puso en situación. Ella trabaja en un orfanato. Una de las actividades que ella más disfrutaba hacer con los niños era contarle cuentos; de hecho todos en el orfanato ya la conocían como "la cuentacuentos” y paso a ser su apodo.


El gran inconveniente sobrevenía por las noches cuando “la cuentacuentos” se disponía a leerles cuentos a los más chiquitos como actividad educativa y para inducirlos a tener buenos sueños. Los niños literalmente se asustaban de ella. Esto rompía el corazón de Susana de tal forma que al contármelo me trasmitió su angustia e hice un gran esfuerzo para no emocionarme.


Susana lo único que quería era poder contarle los cuentos a los niños y que ellos no se asustaran de su rostro.


Dicho esto le comente de la experiencia mundial y personal de los láseres para este tipo de lesiones y que creía poder ayudarla.


Valientemente Susana concurrió 1 vez al mes durante un año entero. Nunca perdió la sonrisa aunque los dos sabíamos que el tratamiento le resultaba molesto y doloroso.


Llegó el día del último control. Susana me abrazo, me agradeció y me conto que volvió a ser feliz: con un mínimo maquillaje ya su angioma plano no se notaba y podo volver a contarle cuentos por las noches a los huérfanos más chiquitos sin que se asustaran y sin que ella tuviera esa fea sensación.


Está de más decir q a Susana, una servidora de Dios y que encima cuidaba y ayudaba a niños huérfanos, no le cobre por su tratamiento.


Mi paga fue mucho mayor aún: la plena satisfacción de haber logrado la felicidad de mi paciente.

Nota del Autor: el nombre y algunas características del relato fueron modificados para preservar la identidad del a paciente.


Dr. Fabián Pérez Rivera
MN 86793
 

17/6/2020 / BLOG